jueves, 8 de octubre de 2009

Miríadas de mujeres solas

Revisando papeles encontré un artículo publicado no sé cuando ni en que periódico venezolano, que respetuosamente me permito reproducir con la esperanza de contactar por este medio con su autora la periodista nicaragüense Eida Martínez Rocha.
Desde hace varios años ejerzo como psicopatólogo y siempre me he sentido atraído por lo que para mí constituye uno de los aspectos más interesantes de la naturaleza humana: el misterio de la feminidad. El interés por develar este misterio me ha llevado a tropezar como es lógico, con el inevitable obstáculo que supone mi visión masculina – no machista – del fenómeno. Aceptando esta limitación he intentado, no sin dificultad y debo admitir que no con todo el éxito que quisiera, incursionar en lo que llamo redundantemente “La visión femenina de la feminidad”, es decir cómo se ve la mujer a sí misma y partiendo de esa visión cómo se desenvuelve en un universo masculinista que se ha mantenido inmodificado desde el Génesis. En mi búsqueda he revisado los trabajos de tres admirables psicoanalistas mujeres: Karen Horney, Melanie Klein y Helen Deutsch, pero debo confesar que tal vez por mi perfeccionismo o por alguna resistencia inconsciente dentro de mi, la visión obtenida sobre el tema no es todavía todo lo clara que quisiera. Como psicoterapeuta he tratado a una gran cantidad de mujeres por una diversidad de “motivos de consulta”, pero siempre con una constante respecto a lo que pudiese llamarse “lo esencial del asunto”: el sentimiento de frustración, rabia y soledad que aparece tan claramente reflejado por sus protagonistas en el articulo motivo de esta comunicación.
Mi intención con esta experiencia es doble: aprender de las observaciones hechas a este blog y contribuir, aunque sea parcialmente a develar las características de ese mapa interior llamado la feminidad, para hacerlo más comprensible y accesible a la visión egocéntrica y culturalmente reduccionista de su contraparte: la masculinidad.

Este es el artículo

Miríadas de mujeres solas
Eida Martínez Rocha.

Solo me acuerdo que fue una tontería, que la agredió cogiéndola por el pelo y golpeándola contra la pared del pequeño apartamento. El hecho y su lectura son sencillamente pavorosos. Los detalles se pierden en lo inmenso de la desilusión. El hombre - suavecito, tierno y amoroso - con quien hacía apenas cinco meses comenzara el más espectacular romance, en cuestión de segundos se transformó en un absoluto desconocido energúmeno, de quien temió cualquier cosa. Sus fantasías y todas las posibilidades concretas se hacían trizas de concretarlas ahí mismo. Había vivido un idilio como Eva y Adán, con la serpiente y la manzana y sin el reproche de Dios, pero los golpes la enfrenaron a un límite que no quería saltarse y toditas las perspectivas de la vida en común que apenas nacían, pero sobre todo la ilusión se quebraron al pie de esa escena que dramática y temerosamente estaba protagonizando. Hacía cuatro años que se divorciara de otro energúmeno, de esos doctorados en patriarcado quien cumplió muy bien su rol de esposo dándole dinero, gritos y subestimación en grandes cantidades, mientras ella se pasaba imaginándose que era la ternura, donde estaba, cómo sería su cuerpo bendecido, su vientre visitado por esa magia benéfica que oía decir que existe. Entonces su necesidad de ternura fue creciendo y creciendo y mientras menos la tenía más la deseaba hasta que se le salió por los poros, ojos, boca y la hizo bella porque era necesidad de algo legítimo. En el ínterin tuvo un montón de romances a veces buenos, a veces malos y otras regulares unas veloces como golondrinas y otros largos que vivían a su acecho como un lince. Mi amiga es mujer sensible y virtuosa, acostumbrada a esa extraña disciplina que tenemos las mujeres solas, de enamorarnos y desenamorarnos y volvernos a enamorar y volvernos a desenamorar y siempre estar enamoradas sin lugar nunca a hacerlo como se hace y se deshace una maleta de viaje o decimos que queremos confiar (como repitiendo una oración) cuando ya la duda nos duele y que nos tenemos que arriesgar cuando el miedo nos cerca y con toda coincidencia decidir que nuestras acciones se correspondan con nuestros buenos deseos. Se está haciendo difícil convivir con los hombres y más difícil decirlo cuando los añoramos tanto, se están perdiendo de nosotras sin sospechar las maravillas que sólo a ellos queremos entregar y se están quedado lejos y solos como fragmentos de cosmos a la deriva enloquecidos y sin órbitas. Nosotras nos estamos apiñando en el dolor y en la esperanza, exactamente situadas en la derrota que nos duele por nosotras y por ellos y por todos. Nosotras tenemos un eje coherente que nos permite luchar con alegría en medio del vacío de ellos y, cuando decimos que estamos en contra de la guerra y destrucción del planeta, también decimos que estamos en contra de la destrucción de la ternura y en el encuentro en la pareja, y a causa de esta sintonía de propósitos los besos las caricias y el amor nos salen fluidos, perfectos. Ser una mujer sola ya es demasiado aún sin golpes, así como estamos en esta intemperie, somos un fenómeno producido por la ideología machista, que no solamente nos separa de un hombre sino del hombre y, a veces ni siquiera en una separación física y nos tienen entre la añoranza el deseo y el temor, culpabilizadas, maldecidas y estigmatizadas porque “por algo estamos solas”. Ya somos miríadas y seguimos creciendo y atentando contra el patriarcado abiertamente, con nuestros gestos desafiantes, como si con nuestra manos acabáramos de mezclar los elementos que forman al sol, las galaxias, los mares, la vida, en una actitud creativa de osadía y temple; simultáneamente estamos identificadas con el más minúsculo ser del planeta y es así que somos compañeras, hermanas y amigas de la hormiga y de la oruga.

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